Los bebes recién nacidos poseen diversos reflejos o movimientos involuntarios que con el paso del tiempo, y como parte de la maduración del sistema nervioso, se van convirtiendo en patrones de movimiento. De los reflejos del bebé depende su capacidad para adaptarse y tener mayor control de su cuerpo, un ejemplo es el reflejo de la marcha automática.
Este es producido como una respuesta desencadenada a un estímulo, se observa en el bebé a partir de séptimo mes de gestación y se mantiene durante los primeros meses de vida, generalmente hasta el tercer o cuarto mes del bebé. También se le conoce como “reflejo del andar automático” o “reflejo de la marcha primitiva”.
Se corrobora cuando se sujeta al bebé por las axilas, colocándolo en posición vertical y al sentir el estímulo de una superficie plana, estira y flexiona las piernas alternadamente como si quisiera caminar.
Suele desaparecer cuando el bebé cumple su primer mes y reaparece, de manera voluntaria, entre los ocho y los doce meses de vida, cuando se prepara para empezar a caminar. Si este reflejo continúa de forma automática, más allá de los primeros meses, se puede considerar como un signo de alerta en su desarrollo.
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